viernes, 19 de febrero de 2010

El dilema del erizo


Arthur Schopenhauer en su libro de ensayos Parerga y Paralipómena expuso el llamado dilema del erizo. El humano en la alegoría, es como un erizo, está solo y está cubierto de púas; este desea acercarse a otro erizo, y desearan estar juntos, pero en algún momento estarán tan juntos que las púas de ambos habrán de lastimar al otro, generando dolor y separación.

Jorge Volpi en Mentiras Contagiosas hace referencia la pulsión del amor, que no es más que la superación de la barrera del encierro personal para experimentar la otredad, pero cargar con la otredad significa cargar con la pesada carga del dolor y la vivencia del otro. El amor, la amistad, la familia o el sexo es ese deseo inherente a querer romper la otredad.

El estado de conciencia, la memoria, las emociones químicas, que todas en su conjunto podrían verse como eso que muchos llaman el alma, todo contenido en esta forma física llamada cuerpo, pero la sensación misma de estos fenómenos, que están mas allá de los sentidos dan identidad de que hay algo mas corporal que uno mismo. Es el hecho de la esencia de nuestro ser esta encarcelada.

¿No es el amor una manera de enfrentar el encierro solitario del cuerpo y poder comprender la otredad?, ¿no es el deseo de salir de la cárcel física para experimentar libremente lo que el otro siente?

El calabozo del interior busca escape y este solo es posible a través de la otredad, identificar otro ser encerrado en las mismas condiciones. Es a final de cuentas la empatía de la condición humana.

La gran cuestión es siempre la experimentación de la otredad, sobre si tenemos la capacidad de cargar con el peso de todo aquello que significa otra persona, como el peso no del cuidado físico de otra persona, sino de colocar el uno por el otro. Una madre coloca en otro ser sus sentimientos esperando que este nuevo ser sepa quién es y le dé la oportunidad de saber de él. Por que ponerse en el saber del otro duele, por que el saber del dolor del otro equivale a ese mismo dolor.

Paradójicamente, como Schopenhauer y Volpi nos dicen, experimentar al otro puede doler tanto que nos retraemos, que regresemos a la cárcel de nuestra soledad porque esta es más segura, sin dolor, pero también que carezca del placer mismo del encuentro de la otredad.

La soledad es ahora doble, la cárcel de lo interno y la cárcel de temer la otredad. Pero en la mayoría de nosotros el placer de la otredad que dio sentido a la búsqueda de la misma nos motiva a sanar las heridas y estar en buscar de un nuevo erizo.

No se quiere si no se sufre lo que el otro.