lunes, 11 de junio de 2012

Los viejitos ciegos del camino montañoso


El vídeo que sigue es de un grupo de músicos famosos haciendo una versión de la Bamba para Andrés Manuel López Obrador. La música es un estimulante de la mente y quien lo ha sabido apreciar muy bien es la izquierda latinoamericana por darle a sus letras y pensamientos música de la región. El vídeo como bamba y con tantos sonidos de México me trae entusiasmo y recuerdos de mi infancia, que es la anécdota que les cuento hoy.


Llegue a vivir a los seis años a Tejupilco de Hidalgo, municipio rural al sur del Estado de México cerca de Arcelia, Guerrero, es decir, tierra caliente. Mi padre llego como supervisor escolar y mi madre como profesora de primaria. El municipio más grande de la zona es de campesinos, profesores y migrantes. Pero como todo buen habitante de Tejupilco, la necesidad de viajar a Toluca, la capital del Estado era necesario, familia, salud, trabajo. Usualmente los viajes eran en auto pero cuando pasaron los años, mi papa comenzó a trabajar en Toluca y la familia vivíamos en Tejupilco todavía, la única opción era tomar el autobús.

La pequeña estación de autobuses de Tejupilco daba solo 3 rutas. A el Distrito Federal pasando por Toluca. A Ciudad Altamirano pasando por Arcelia. Finalmente hasta Houston, Texas cruzando la república. ¿Por qué habría alguien de ahí querer ir a otro lugar? Mi madre nos subía a mi hermano y a mí con coca-cola en mano para evitar los mareos en la sinuosa carretera que sube a la sierra, con algo de comer y nosotros a veces armados de un Game Boy en un contexto rural donde casi ningún niño ni sabía que era eso. La ruta pasaba al lado de los pequeños municipios, San Simón de Guerrero entre ellos para llegar al segundo municipio más poblado de la región, Temascaltepec (si, de donde viene el agua para el DF).

Justo en una pequeña parada de la entrada al municipio de Temascaltepec suben algunas personas (que tendrán que permanecer de pie entre curvas por una hora y media más) y en especial tres hombres, vestidos de pantalón café, camisa blanca pero ya percudida por el polvo, todos viejitos, las arrugas profundas, dos de ellos son delgados y sus rostros son adustos, un tercero es regordete, un poco más joven pero no por mucho. Los tres son ciegos, llevan bastón desplegable y lentes negros para ocultar sus ojos emblanquecidos (como niño sentado al lado del hombre de pie los pude ver), uno lleva la armónica, otro un güiro y el tercero regordete una pequeña guitarra que cuida sobre su barriga. Inmediatamente suben y nos anuncian con gusto que van a cantar algunas canciones, comienzan a tocar con habilidad y naturalidad, los sonidos son tradicionales de la zona, sones y corridos, pero ninguno de violencia, si de revolución, de la vida rural. Tocan y les ponemos atención todos, a cada pieza le dan tiempo y no descansan entre una y otra. Los viejitos tocan acompañándonos media hora pasando por los pueblos del sur, pasan por los asientos a pedir dinero, a ellos, siempre unos pocos pero constantes pesos, los conocemos, años que llevan tocando para nuestros viajes. Ofrecen sus canciones en cassetes y varios se los compran, acá a veces se siguen escuchando. En una parada se bajan y nos dejan en silencio. El silencio aumenta cada vez que estamos más cerca de los fríos pinos que rodean Toluca.

Los viejitos siempre encuentran su rumbo es posible verlos en el camino en los autobuses por esa misma ruta al menos de ida o regreso. Son música del pueblo y acompañamiento a los que hacen el largo viaje a la fría ciudad. Cuando niño se me hacía un misterio como podían sin poder ver tomar la misma ruta, y año tras año verlos ahí, enteros, tocando las mismas canciones. Hace poco regrese en autobús desde el Distrito Federal a mi pueblo Tejupilco y me los encontré, ya no como niño, ya joven profesionista. Las mismas canciones, la misma ruta y si, seguían vendiendo cassetes y sorprendentemente seguían comprándoselos. Les di un billete, me sonrió el viejito rechoncho como yo sabiendo que yo ahí estaba, sin necesidad de verme, bobamente le sonreí de regreso. Así supe cómo podían tomar la misma ruta sin perderse en la oscuridad de la mirada, porque había un palpitar que los guiaba, como a mí en ese momento, de regreso a ese pueblo tan mío, tan México.