sábado, 19 de junio de 2010

Monsiváis


Muchacho, periodista y amigo de Pitol y Pacheco, incauto asistente del avejentado y escénico Salvador Novo, lector de la biblia, protestante en un mundo católico, al margen de sus tías y de su abigarrada lectura de Lucas Alamán o incesante revisor del catecismo de Ripalda, no se pierde como muchos en el mundo de los autores franceses y mejor consulta lo más profundo de López Velarde o de los filósofos y economistas marxistas que vivió en la Universidad.

De lo abigarrado del periodista cultural, que afirmaba con pesar que admiraba a Rius por transmitir mejor las ideas que él nunca pudo, de sus pasos no había desprecio ni por lo político ni lo social, no dudaba en caminar e ir a donde los escritores comunes nunca pesarían, porque de su paso por Tepito, el Zócalo o el metro de la ciudad, era observador de la masa incauta de la megalópolis, la única según él, provocadora de su propia implosión.

De la antología de poesía, de cuento o de la recopilación de la crónica, del ojo afinado y sabio de Monsiváis, A ustedes les consta sobre esa Ciudad de México en sus tiempos o de lo Fugitivo permanece, recopilación de la ficción mexicana, catalogador por definición, en si mismo no hay mejor conocimiento sobre lo que las letras mexicanas refiere.

De su complejo y nutrido esconder de ideas, encuentra en la colectividad la fascinación del la identidad del mexicano, que de todas las ideas sobre él, están en sus manifestaciones de masividad apocalíptica, ritualistica y cohesionadora, de la heterogeneidad de las múltiples expresiones del mexicano, expresado de lo popular, del cabaret, el rock, desde san judas hasta aquellos ídolos que expresaban el dolor de lo mexicano, de José Alfredo a la Doña, de la bizarra forma de Raúl Velasco a la bizarra forma de la política mexicana.

Monsiváis, es sin duda, el ajonjolí de todos los moles, y no por propia voluntad sino por expresión de la fascinación por el intelectual mexicano universal, último hombre que sabía de todo, o según lo que el francamente respondía, lo inventaba, en todos los periódicos mexicanos, en toda televisora, era capaz de opinar de todo y sobre todo; muchas ocasiones, por simple invitación.

Los supermachos, los supersabios, la familia burron, las canciones de Chava Flores, de la pesadumbre de José Alfredo, biblioteca fundamental del cine mexicano, de pequeños luchadores y juegos curiosos, de sus gatos o de las militancias breves del intelectual que únicamente le fueron significativas, de la compañía de sus amigos, de El Fisgón, de la Poniatowska, de Marta Lamas, todo de su universo.

Constelación de Monsiváis, se fue uno de esos pocos intelectuales mexicanos que no tenía miedo a ser lo que quería. Adiós, siempre quise al menos saludarte y soñé incluso, con ser tu asistente, Monsi, has dado el gran salto al vacío, o tal vez al cielo del que Ripalda narraba.

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